Segura de sí misma, así era ella. No le importaban los comentarios de los demás ni las opiniones que pudieran tener. Quién mejor que ella para conocerse y gustarse. Así pues, la vida le sonreía: un buen trabajo, un bonito piso céntrico y con una enorme terraza, llena de plantas y flores que cuidaba y mimaba hasta la exageración, un gatito persa de color gris al que llamaba “Reflejo” , preciosas instantáneas en blanco y negro que colgaban de las paredes de su piso, fotos en las que ella era la protagonista; y como si de una galería se tratara, sus fotos recorrían el largo pasillo que conducía a su habitación. En ellas, posaba con francas y falsas sonrisas, dependía de quién estuviera mirando por el objetivo; también con posturas provocadoras y sexis. Era muy guapa, lo sabía y eso le había abierto muchas puertas, había aprendido a utilizar su belleza en muchas y variadas ocasiones y se sentía orgullosa de ello. No sólo entraba sin problemas en cualquier local de moda, sin hacer pesadas colas ni pagar un solo céntimo, si no que conseguía mesa en restaurantes abarrotados, entradas exclusivas para estrenos de teatro y, en definitiva, todo aquello que se propusiera y quisiera tener.
Tenía muchos amantes, varios a la vez, y no sentía escrúpulo alguno, nada, ni una vocecita interior que le dijera que eso no estaba bien, que estaba jugando con los sentimientos de otras personas, con los sueños y deseos de aquellos hombres y mujeres a los que destrozaba el corazón. No era una persona mala, pero se amaba tanto a sí misma que no podía ni siquiera imaginar el daño que causaba a su alrededor.
Los años habían convertido su agenda en una lista interminable de hombres y mujeres; algunos amantes, otros simples enlaces o personas a las que acudir para pedir un favor; nunca nada demasiado personal, ella estaba por encima de todas esas cosas. Pero los años pasaban y sin darse cuenta el mundo que la rodeaba también. No era una jovencita y sus antiguos amantes tampoco. Poco a poco los días se hacían más largos, tal vez porque cada vez pasaba más horas sola y el teléfono había dejado de sonar.
Una noche, tumbada en su cama, con las sábanas revueltas y empapadas en sudor, con su cuerpo ardiendo lleno de caminos recorridos por dedos y saliva; se dio cuenta de que nadie más que ella los había dibujado. Estaba sola, sola en su cama vacía, en su casa, preciosa pero, ahora más silenciosa que nunca. Se levantó para ir al baño, encendió la luz y lo único que pudo ver con claridad fue su reflejo en el espejo, pero la mirada que le devolvió ya no pudo reconocerla. El gato pasó entre sus piernas, acariciándole los pies con su suave tacto y a ella, una lagrima le resbaló mejilla abajo.
Relato nº5 - Taller de narrativa Biblioteca Can Fabra (Tema: El amor)
1 comentario:
Está bien quererse a uno mismo, pero no tanto!!! M'ha agradat, Princess. Estás en forma. Petonets.
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