17.12.07

En el fondo

Desde la roca más alta me lancé al vacío. Abajo, un mar turquesa, agua cristalina con fondo de arena blanca. Caí al agua huérfana de sensaciones, como si al lanzar aquel último grito me hubiese vaciado por completo. Mientras me hundía esperaba el contacto de mis pies con la arena suave pero bajaba y bajaba y no conseguía tocar fondo. Abrí los ojos y contemplé la inmensidad poblada de sombras e incertezas. Allí donde esperaba encontrar tierra firme, había tan sólo un sin fin de objetos sin ninguna relación aparente. Empecé a nadar entre todo aquello intentando descubrir por qué todo me resultaba tan familiar. Había juguetes oxidados por el tiempo: una vieja Meteor BH, azul, con los embellecedores en color amarillo; un Cinexín aun con su película dentro; un jersey de lana (de esa que pica) flotaba como una medusa buscando otros jerseis o algún pantalón de pana al que abrazarse; montones de fotos desgastadas por el tiempo, el agua y la sal, dificil descubrir que mostraban anteriormente; balones; alguna muñeca; un ejército de clicks de Playmobil… Hasta allí donde alcanzaba mi vista, había objetos y más objetos, ropa vieja, melodías que sonaban ahogadas, mezclándose entre sí. Un sinsentido absoluto hasta que la vi. Cuanto más me acercaba más segura estaba de que eso era mío, no había duda. Allí estaba mi cajita de música. Tal y como la recordaba, color azul, florecitas dibujadas y una pequeña y delicada bailarina que empezaba a dar vueltas en cuanto abrías la tapa. También la melodía parecía haber soportado el paso del tiempo, los años y años de olvido. Y abrir de nuevo esa tapa fue como abrir el baúl de los recuerdos, y de repente todo aquello tomaba sentido. Aquellas eran mis cosas, mis recuerdos, mi infancia y mi adolescencia, mis lazos, mi familia y mis amigos. Toda mi vida sumergida en un mar sin fondo del que ya no sabía si quería escapar. Pero me faltaba el aire y me di cuenta de que allí no podía vivir, no podía aferrarme a todas esas cosas porque era absurdo dejar atrás todo aquello que había construido con el paso de los años. Agarré la cajita de música y empecé a nadar hacia la superfície. Salí del agua exhausta, me tumbé en la arena y dejé que el sol secara mi piel, poco a poco volvía a la realidad. Allí estaba la cajita y me prometí no dejar nunca de darle cuerda y escuchar su melodía, ella me ayudaría a mantener los recuerdos y no permitiría que todo terminara por caer en el olvido. Guardaría en ella mis secretos y mis tesoros para así tener siempre presente que la vida es nuestra, toda, entera, de principio a fin, y eso nadie puede quitárnoslo. Nunca.

7 comentarios:

Jordicine dijo...

Genial, Princess; de verdad. Los recuerdos los llevamos siempre encima y es imposible dejarlos atrás, aunque con el tiempo todo se difumina. Es bueno tener una caja de música, o lo que sea, para recordar que nuestra vida es nuestra y de nadie más. Petons.

Anónimo dijo...

Pero ¿porque tenemos esa manía de personalizar las cosas en un objeto? Es cierto que el pasado no se debe olvidar, porque ha conformado lo que somos, para bien o para mal, pero yo estoy por dejar mis cajitas de música cerradas últimamente, no sea que la música me haga retroceder... y como dice una amiga que canta, "patrás ni pa tomar impulso".

Un beso y bon dia princess

WODEHOUSE dijo...

A veces los recuerdos de la infancia se convierten en una tortura permanente...

Sureña dijo...

De vez en cuando es necesario volver al pasado, a los recuerdos... aunque tengamos que salir rápido de allí porque no podamos respirar.

Me ha gustado mucho!

Un beso!

El Aparcacuentos dijo...

un recuerdo olvidado es un dia no vivido
y estamo para tirarlos...

una barbaridad. escribo de pie como te leo de pie xq te lo mereces

bess0ssssssss

Carz dijo...

La memoria forma parte de nosotros tanto como nuestra carne, o incluso más.... mudamos nuestras células pero nuestros recuerdos son quienes nos definen.

Buscar un símbolo que nos recuerde lo que hemos sido y lo que somos es un buen ejercicio para no olvidarnos.

Un abrazo, princess.

sergisonic dijo...

Gracias por compartir esos trocitos mojados de ti, y por dejarnos un huequecito, a tu lado, para secarnos también en la orilla de tu isla.

La mía se llama Cozumel, y no está nada lejos.

Petons sònics