Se encontraron y ya no se separaron jamás.
El, incansable con su libreta y su lápiz afilado le mostraba, página tras página, todo aquello que imaginaba, que soñaba en sus tardes de soledad, siempre acompañado del gato de ojos amarillos que le seguía como si fuera su sombra.
Ella, con su sombrero acabado en punta, las coletas al viento y los ojos bien abiertos, escuchaba muy atenta todo lo que el pequeño le contaba entre susurros, también entre silencios; porque nadie mejor que ellos para apreciar un buen silencio.
Con el tiempo los susurros dieron paso a las caricias y a los besos y a más cuentos y palabras, y a horas sin nada más que los cuerpos de dos personas que saben amar. Nada más.
Tampoco les hacía falta decir que siempre podrían contar el uno con el otro, lo sabían y eso era suficiente. Por eso, después de tanto tiempo, de tantas sorpresas, de tantos malos y buenos momentos, allí estaban, sentaditos en el banco, contando atardeceres y dejando que la brisa les despeinara con suavidad.
3 comentarios:
Preciós, simplement preciós.
Un petó, bon finde!
quien tuviese niña princesa de coletas al viento
un besote!
coletas al viento, siempre enamoran.
ptó
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