6.11.06

De cielos y de infiernos...

Sentados en la barra de aquel café, él contaba su historia. Le habia sucedido hacia tan sólo un par de horas, y aún estaba en estado de shock.
No hacia más que darle vueltas al asunto, una y otra vez, pero de nada servía recrear la escena, había sucedido y no hacia falta pensar tanto en ello.
Andaba camino del trabajo y, al cruzar la calle, pudo oir un ruido espantoso, como si un millón de personas se hubieran puesto a gritar a la vez, desgañitándose, creando una solo grito fantasmagórico que ponía los pelos de punta.
Giró lentamente la cabeza y pudo ver que justo por donde había pasado antes, un piano había caido en picado desde un séptimo piso hasta la acera. Cayó rompiéndose en mil pedazos y en ese mismo instante, en tan solo una fracción de segundo, pudo sentir que había vuelto a nacer.
No creia en cielos ni en infiernos, pero mientras hablaba imaginaba si un angel, de esos sin sexo, con alas y llenos de bondad, no se habría cruzado en su camino.
Justo detrás de él, una chica ocupaba una mesa. En ella un cenicero lleno de colillas y una nube de humo envolviéndolo todo. La muchacha no había podido evitar escuchar toda la conversación que desde la barra le llegaba con total claridad.
Qué bien, pensaba, que suerte saber que en tan solo un segundo podemos morir y dejar atrás esta vida, que no es vida ni es nada, solo un cúmulo de desgracias, de tristeza y soledad.
Jugueteaba con un anillo de compromiso, lo hacia girar mientras las lágrimas se derramaban dentro de su amargo café. Su prometido se había fugado con la novia de su mejor amigo, y eso, la dejaba a ella en nada. Ella ya no era nada para nadie. Ese anillo sólo representaba la traición, el engaño más ruín, la falta de esperanza.
Llevaba un rato escuchando al chico del piano, y hacerlo hizo que por un momento olvidara sus penas para así imaginarse como víctima accidental de algún extraño giro del destino.
Ella tampoco creía en cielos ni en infiernos, pero le habría gustado ser un ángel y, así, conseguir la libertad.
El camarero sirvió otra copa a la pareja de la barra y retiró el café de esa chica que parecía tan triste y tan sola.
Ese era, sin ninguna duda, el peor día desde que trabajaba en aquel local. Los clientes no dejaban de entrar y salir, se pasaba las horas sirviendo a esas personas que poco le importaban, estaba harto y quería dejarlo.
Además no tenía la cabeza donde debería. Entre el ir y venir de la gente, sus paseos entre las mesas, las conversaciones ajenas; en medio de todo eso estaba su madre.
A la pobre la tenían en una habitación de hospital, hacía ya un par de meses que la ingresaron. Hasta el momento no habían sabido decirle qué era lo que su madre padecía, qué solución había y hasta cuando debería quedarse ahí. Estaba nervioso, no quería olvidarse de llamar. El médico se lo había dicho hacía una semana: llámeme Ud. dentro de unos cinco o seis días y hablaremos sobre los resultados de las pruebas.
De vuelta a la barra, dejó los vasos y las copas y desapareció dentro de la cocina.
Allí había un teléfono, sólo para personal autorizado, lo descolgó y llamó al médico.
Su mirada lo decía todo. Tampoco él creia en cielos ni en infiernos, pero su madre, que sí creia en ellos, al fin era libre. Por fin había abandonado esa horrible cama de hospital, por fin dejaba atrás los problemas, las penas. Ahora era un angel.

*Inspirado en la canción Angel de The Dogs d'Amour

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo siempre voy mirando hacia arriba cuando voy andando por si me cae alguna sorpresa del cielo, pero el problema es que te puedes dar un tozolón con una farola.
Ángeles y demonios haberlos hailos :)
Un saludo y bonito relato.

Agustín S. A. dijo...

es usted una muy digna heredera de raymond carver. gracias por contar historias. gracias por imaginar