De noche, resguardada entre las sombras, me deslizo sigilosa buscándote ansiosa. Me desplazo por instinto; siguiendo tu rastro, mis manos se agitan palpando cada surco, acariciando cada poro. Y mi lengua, como el filo de una espada, es precisa a cada golpe.
¿Y si el círculo se rompe, o cambia de color? ¿Y si sientes que tu vida se abre ante ti con otra luz, con distinta perspectiva? Porque de repente la luz ha pasado de mortecina a resplandeciente, porque sientes y gritas y lloras y gimes y te apasionas hasta temblar. Porque de pronto tienes tantas ganas de gritar que te faltan pulmones y garganta, te falta el mundo entero. Y es cuando el bajo vientre, que palpitaba a escondidas, se agita descontrolado, compinchado con la cabeza y con el corazón. Ay, y cuando eso ocurre....nada lo puede parar.
Y no sé si un año es mucho o poco tiempo, ni si quiera soy capaz de medir el tiempo transcurrido con exactitud porque los ojos se me empañan y a menudo no veo el camino. Sólo sé que que la herida es terrible, sangrante, dolorosa. Tal vez podamos medirlo todo en sonrisas; entonces confesaré que, si miro atrás, puedo contarlas con los dedos de una sola mano. Aun así, el gélido cielo azul de esta mañana me susurra con suavidad y me dice que mire hacia adelante, allí, no muy lejos, las encontraré a montones. Me están esperando.
Cuando al fin llegó a su casa, después de subir a trompicones por la empinada cuesta, se quedó plantada delante de su puerta. Dudaba en llamar o no al timbre, le asustaba el ruido hueco de al otro lado; probablemente lo que en realidad le asustaba era el sonido de sus propios pensamientos dando vueltas dentro de su cabeza, rebotando en las paredes de su cráneo, creando un eco insoportable que no tenía fin. Pulsó el botón y esperó. Con la palma de las manos a cada lado de la cara, miraba a través de la puerta con la nariz pegada en el cristal. Al principio creyó que el sol de la tarde, algo mortecino a esas horas, la había engañado deslumbrándola, pero no, lo que veia era verdad, no había nada más cierto que eso: dentro, al otro lado de la puerta, una sonrisa lo llenaba todo, todo...incluso pudo acallar el sonido insufrible dentro de su cabeza. Ni una sola palabra salió de su boca, tan sólo una lágrima se atrevió, tímida, a deslizarse por su mejilla; luego, le devolvió la sonrisa.
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Vivir acuclillada. Las rodillas pegadas al mentón:
por intensos que sean, los rayos de sol no regeneran a los muertos.
Chantal Maillard de "Hilos"
3.1.09
Dicen por ahi que siempre anda acompañada de una rana. Que juntas se sientan cada atardecer junto al lago y esperan. Sólo ella sabe lo que necesita, lo que ansía: la sangre de algún incauto, sorber el alma del siguiente que muera ahogado bajo esas aguas y así recuperar su forma original y volver con su amado. Volver a ser rana.