22.4.10



Esa noche tuvo un sueño. Se acostó con la náusea que le provocaba el lento transcurrir de su vida, la interminable espera que la carcomía por dentro y la alejaba cada vez más del resto, de todos aquellos que la rodeaban.
Cerró los ojos y la oscuridad se precipitó sobre ella, envolviéndola con sus finísimos dedos, penetrando en sus entrañas. De entre las aguas oscuras un extraño ser apareció ante sus ojos. La miraba en silencio, parecía un pez con su mirada vidriosa y sus labios carnosos, dibujando siempre una triste mueca que nunca cambiaba. Permanecía inmóvil menos su cola, larga como una serpiente, que con cuidado se enredaba entre sus piernas y subía despacito acariciando sus muslos. El tacto frío de su piel le estremeció, su cuerpo vibraba, palpitaba por dentro, con furia y deseo pero no podía moverse, ni hablar, ni ver nada más allá de esos ojos vacíos que la observaban.
No quería despertar, se aferraba inútilmente a esa oscuridad que se les escapaba ente los dedos y la mecía mientras ascendía flotando lentamente. En la superficie, su asquerosa y agonizante vida, en el fondo, la muerte que tanto deseaba.